Por la mañana pienso en el tiempo
y por la noche pienso en el tiempo.
Cuando despierto, empiezo a cavilar
sobre cuánto me queda todavía
para pasar el día, me levanto,
tomo mi cafelito, cuánto
me llevará ducharme y afeitarme,
cuánto escoger corbata y atavíos
uniformarios, grises o azules siempre.
Luego, tras anudarme mal
la soga al cuello, me asomo a la terraza
para allí sopesar no si me tiro o no
(que también podría ser),
si no si es tiempo de mudanza o no,
(que no lo es nunca).
Miro el reloj y es tarde (lo sé aunque está parado),
el ascensor no acaba de llegar,
si bajo andando me fumo un cigarrillo
y hago los ejercicios cotidianos,
así ganamos tiempo.
Llegado a ras de suelo, me planteo
el dilema de siempre, bus o Metro,
oteo el horizonte, no hay ni atisbo
de techo azul o rojo,
hoy va de Metro, digo (ya hablo solo),
cojo el móvil, carajo,
se me olvidó cargarlo.
Compro el periódico en el kiosco,
lo tiro en el primer contenedor que encuentro
como todos los días, total,
cuándo voy a leerlo,
esta vez es la última. La boca,
las tripas, los andenes, corro,
oigo que llega ya, no, es
el otro sentido, me equivoco,
vuelvo a subir las escaleras,
llega, oigo que llega, yo soy
el que no llega, el tren va a efectuar
su entrada en la estación,
maldita sea, hoy voy a llegar tarde.
Puede que los relojes del Metro no funcionen.
Ay, no, descubro que es ya casi lo único
que funciona en el Metro. Desde luego,
mejor que mi reloj, que está sin pilas,
que llevo dos semanas para acercarme
a una tienda chinos a por pilas,
para acercarme no, que paso cerca,
para entrar, y esperar, y preguntar
y salir escopetado, que no llego.
...Como con los zapatos, es lo mismo
tener un agujero o medias suelas, los
calcetines directamente a la basura,
un día acabaré descalzo y adiós
a las miserias (digo ya a medio grito,
me van a traspasar esas miradas torvas).
Al fin. Al fin llego a la entrada
del caserón sombrío donde espero
pasar una jornada inapacible,
que eso ya me lo sé. Enciendo
(¿un cigarrillo?, no, que está prohibido)
mi ordenador última generación, recién
adjudicado en un concurso de voz y datos (
sic),
abro el correo del día, nadie ha escrito
no tendrán tiempo para contestarme
(me digo), hace diez días que no sé de nadie.
Miro el reloj parado,
pregunto: alguna novedad,
escucho algo parecido a lo de siempre:
ninguna, y vuelvo a repetirme
que el sillón es incómodo y molesto
para las tantas horas que tengo que pasar
sentado, calentándolo.
Pienso en el tiempo que tengo por delante
y en qué voy a ocuparlo. El desayuno,
con sus porras o churros o tostadas,
los informes sobre los informes que hice
ayer. Las notas de respuesta sin nada,
no responden a nada. Se va el tiempo
en un ir y venir de incertidumbres:
¿llamo o no llamo?, ¿pienso o no pienso?,
¿escribo o no? Vislumbro
que no vale la pena ni pensar ni escribir,
así que voy al baño a ver si meo y,
entre tanto, alguien llama, podré decir así
que estoy reunido. Y es que lo estoy:
reunido con el tiempo y con las sombras,
que no vengan con leches. ¿Qué hora es?
Joder, no llego ni siquiera al baño,
vamos, que ni a mí mismo llego (bisbiseo).
[Pasó la noche entera.
Resucitó la muerte, ya se dijo,
en la música azul de los confines]
Y es que pienso en el tiempo, irremisiblemente,
por la mañana, y al mediodía
corre que te pillo, corre que te pillo,
llegaré a comer un caldito viudo,
mis verduras sanas, nada
mejor que una buena siesta,
no, sí, ya no hay tiempo, ¡Aajx...taxi!
(ya a grito pelado), a Sol, ya son las cinco,
las cinco en punto de la tarde para las seis.
A las siete vuelvo a mirar
el reloj parado, como a las ocho y media,
cuando llego, si llego tan temprano,
a mi casa abarrotada de plantas
y relojes, que ya marcan las nueve,
donde nadie me espera, donde habita el olvido
y el recuerdo. Donde transcurre el tiempo
lentamente, qué más quisiera yo.
No hay tiempo para nada. A cenar
y a la cama. Entre medias
me duermo unos segundos en la tele.
Y por la noche pienso en el tiempo,
mientras suenan teléfonos claramente
a destiempo, y ambulancias, y cánticos
que yo diría como de botellón, pero no digo.