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Ser amable, tener ganas de hacer
cosas amables, buscar el participio
de las cosas; dable, asible, ser
candidato al participio, partirse,
comportarse, repetirse, nunca
parar, no te detengas ―dices―,
es preciso ser amable, tener
ganas de hacer cosas amables
ya que la vida no lo es tanto
―dicen―, dices, amable,
partícipes, partidos, par, participios.
.
Alentó entonces un suspiro
en el nocturno espejo, y no hubo más.
Tal vez seis, siete estrellas, y la luna,
no sé, tú eras todo mi cielo.
Nos deslumbró después la luz
y diste presurosa
en arrancar de cuajo un monumento
de látigos, una losa de sangre,
un agravio de esclavos. Tú eras todo mi cielo.
Luego hiciste el amor con el tendero
mientras acariciabas (hay que comer)
la cesta de la compra.
Candil, candil, oscilas en el sueño
y remueves el surco de la palabra abandonada.
Amor, dices. Un suspiro de sol se tambalea
sobre la cuerda floja de tímpanos borrachos.
A cuento viene entonces más que a salto de mata
gritar que un párpado se ha quedado inmóvil
convertido en escarcha de agujas ateridas;
que en la llanura ha florecido un sauce;
que las nubes bostezan en su jaula de pálpitos
hechas jirones de tanto amar campanas;
que el mar austral hilvana un firmamento;
que el misterio atraviesa un cristal
recortando su sombra en el claustro de la memoria última;
que no hay lágrimas, no, sino fórmulas químicas;
ni sangre, no, sino pintura roja salpicando
la cal de las paredes;
ni boca, no, sino paralelismo entre los dientes;
ni grito: aunque gritando esté no hay grito,
que sólo es un susurro, y ya dirás qué puede
un susurro levísimo contra el amor airado.
Querida Ariadna: ¿Sabes ahora por qué la realidad sin tropos resulta insoportable?
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Candil, candil, oscilas en el sueño
y remueves el surco de la palabra abandonada.
Amor, dices. Un suspiro de sol se tambalea
sobre la cuerda floja de tímpanos borrachos.
A cuento viene entonces más que a salto de mata
gritar que un párpado se ha quedado inmóvil
convertido en escarcha de agujas ateridas;
que en la llanura ha florecido un sauce;
que las nubes bostezan en su jaula de pálpitos
hechas jirones de tanto amar campanas;
que el mar austral hilvana un firmamento;
que el misterio atraviesa un cristal
recortando su sombra en el claustro de la memoria última;
que no hay lágrimas, no, sino fórmulas químicas;
ni sangre, no, sino pintura roja salpicando
la cal de las paredes;
ni boca, no, sino paralelismo entre los dientes;
ni grito: aunque gritando esté no hay grito,
que sólo es un susurro, y ya dirás qué puede
un susurro levísimo contra el amor airado.
Querida Ariadna: ¿Sabes ahora por qué la realidad sin tropos resulta insoportable?
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Un lápiz: sencillamente
un lápiz;
y unos dedos detrás de ese lápiz
y unas manos detrás de esos dedos:
sencillamente
unas manos y unos dedos.
¿Y detrás de ese lápiz?
¿Y detrás de esas manos
y esos dedos? ¿Un hombre?
No: detrás un muñeco
que trabaja a destajo,
sencillamente eso,
nada más,
sencillamente
lo digo,
muy sencillamente.
Esta tarde es una pequeña fiesta: se presenta el primer libro de Nacho Aldeguer, que a su vez es el primero que edita la asociación La Vida Rima. ¡Larga vida!
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También las palabras caen al suelo,
como pájaros repentinamente enloquecidos
por sus propios movimientos,
como objetos que pierden de pronto su equilibrio,
como hombres que tropiezan sin que existan obstáculos,
como muñecos enajenados por su rigidez.
Entonces, desde el suelo,
las propias palabras construyen una escala,
para ascender de nuevo al discurso del hombre,
a su balbuceo
o a su frase final.
Pero hay algunas que permanecen caídas.
Y a veces uno las encuentra
en un casi larvado mimetismo,
como si supiesen que alguien va a ir a recogerlas
para construir con ellas un nuevo lenguaje,
un lenguaje hecho solamente con palabras caídas.
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Escribo
en defensa del reino
del hombre y su justicia. Pido
la paz
y la palabra. He dicho
«silencio»,
«sombra»,
«vacío»
etcétera.
Digo
«del hombre y su justicia»,
«océano pacífico»,
lo que me dejan.
Pido
la paz y la palabra.
He salido a la calle. Una suave llovizna, mortecina, oscurece los árboles. No hay niños en el parque. Comienzan a encenderse las farolas. Los pocos transeúntes caminan cabizbajos. A ratos una ráfaga de viento me aclara las ideas. No sé qué voy a hacer, tal vez me acerque al viejo cementerio, a las tumbas más próximas. Tal vez te recupere sin que broten las lágrimas. Ya estoy en el silencio.
Ayer me desleí como un azucarillo en aguardiente. De golpe se esfumaron de mi mente metros de estantería, ni una sola novela, ni un relato, ni un verso ni una letra: todo se diluyó en un decir amén. He desleído todas las palabras y con ellas yo mismo me he disuelto. Mis partes blandas se sienten ahora huérfanas.
Me quedo con la nada sobre el todo. Todo no es nada. Me quedo con la luz clavada entre las cejas, con el dolor del pie que no me deja andar, con tu mirada fija en la sombra ulcerada de mi espalda, con esa cruz de hierro que atraviesa los lunes mis costillas. Abandoné mis bártulos ayer de madrugada y me hundí en el olvido. Pero nada y jamás.
Una muerte, una muerte tan sólo. No pido más que morirme una vez, no digo de una vez, no es el momento. Esto de estar muriendo muchas muertes es verdaderamente pernicioso. Y tan sólo una muerte también quiero para quien me acompaña, morir juntos del todo, como vivimos juntos en éxtasis sin lacra o en infierno sin llamas. Esta vida no pide moribundos alternos.
Hay un fulgor secreto, mirad bien lo que os digo, un resplandor recóndito en este corazón que late y late sin quererlo. Hay una claridad que ilumina las calles más oscuras, los ventanales sucios que mira de reojo por si acaso encontrara lo apacible tras el muro siniestro. No hay farolas que alumbren lo que alumbra un corazón en vilo.
Voy a comerme una naranja. La pelo. Las mondas caen por la ventana y se desparraman allá abajo. Me veo cayendo en silencio, sin que nadie se entere. Me veo flotando en el vacío, estrellado en la grija con un plaf desolado. Hinco mis dientes: el agrio salpica mi pecho, moja mi camisa, me pringa las manos. Sigo viviendo, no debo ser naranja.
Me he descubierto comiendo carne humana y me ha gustado, aunque yo soy más bien vegetariano. Será que el hombre ―o la mujer― son carne de cañón: a saber qué contienen esas vísceras húmedas. Ahora soy ouroboro y me como a mí mismo. Quedo poco.
Pido solemnemente a las palabras que me dejen en paz, que me escriban en paz, que se vayan en paz a sus cuarteles. Pido solemnemente a las palabras que cuando ya no esté sigan diciendo lo que yo nunca dije: ellas lo hicieron todo, aunque me dieron guerra. Pido solemnemente un armisticio y a la vez un porqué.
Hablaré de mí como quien habla de lo que no sabe, escribiré de mí como si fuera cánula o vidriera, como si camposanto o en barbecho. El campo de batalla sembrado de cadáveres da fe de que la guerra continúa. Pero hablaré de mí con todos los respetos que se merece alguien tan sabido que no hay por qué matarlo. He dicho.
Es un páramo el mundo, vivir no es necesario salvo que hayas nacido. Nacer no es necesario para nadie salvo para la especie que llamamos humana. Hoy me pregunto si necesariamente soy un hombre del todo. Y no encuentro respuesta, me miro en el espejo y veo un mono. Tal vez un escorpión o una serpiente: algo lejanamente parecido a K.
No quisiera enseñarme ínfimo, desdichado. Rechazo las limosnas y los besos. Haber envejecido no significa más que ser más viejo, si es que eso de la edad tiene sentido cuando todos estamos abocados de forma inexorable a morir sin aviso. Por lo demás, aparte de oxidado, soy muy rico en potasio y en la cama. Y el musgo de mis párpados se esponja a la sombra del tálamo.
Me fui desencarnando poco a poco, a fuego lento, frente a la ventana. Mi carne fue alimento de alimañas al cabo de la tarde. Sólo mi piel cubrió la desnudez de mis entrañas, pero mi piel también se cuarteó o me la arranqué a tiras, no me acuerdo. Algo aprendí: desnudo soy la esencia de esa nada en la que viví apenas.
Cuerpos tan vírgenes, cuerpos inmaculados que se traban. Eso era ayer, detrás de las pirámides. Tanta virginidad hizo correr la sangre, las letras indelebles de la piedra se tiñeron de rojo. Se hizo la sangre dueña del silencio y nací sin pecado. Hoy ya no soy ni virgen ni inocente. Ni tan siquiera soy: hoy ya no es hoy, no existe hoy sin mañana.
La palabra, todas las palabras, se han fundido en el fuego. Descanso apenas frente a la chimenea, avivo sus rescoldos, duermo en la oscura ladera de los versos, de la estación del frío en que me adentro. Una manta de viaje es suficiente para emprender camino más allá de mi ausencia. Si alguien quiere, que venga silencioso tras mis pasos. Nunca dos serán más que uno solo.
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El reloj se ha parado. No sé dónde me encuentro,
el tiempo y el espacio en los que sin saberlo transitaba
son nociones ajenas al temblor de unas manos
que han reventado en pétalos de azufre.
Siento frío en la nuca, cargo hielo en la espalda,
estoy donde no estoy. Y tengo miedo,
porque no se comete impunemente
el pecado de ser un desarraigo.
Ven a buscarme, amigo, a ti los hielos
no te abrasarán
por mucho que devoren mis entrañas.
Dame tu aliento, amigo, tu palabra,
sálvame del silencio o enmudece conmigo.
No es el sudario lo que me preocupa,
sino el tiempo perdido.
Podría darte titulares para empapelar la habitación.
Hay una serpiente que repta el bajo vientre de los deseos.
Quiero jugar con el sur,
como si fuera una palabra que desdibuja las olas,
que solo están allí, en los párpados viscosos,
en el calor más profundo, el de vainilla.
Cuando pienso en ello, en eso que tú y yo sabemos,
siempre me imagino una niña dando vueltas
haciendo que la falda de su vestido alcance
el cielo raso de su cintura
aún por formar.
Ríe y se marea
como cuando me tocas.
A veces no sucede más que un escalofrío.
Otras, tengo la tendencia suicida
a lanzarme en tus brazos
en el hueco, esa canasta.
Aterrizar en un aeropuerto fantasma
es uno de mis pasatiempos favoritos:
la hora de la comida se queda en los pulmones,
llueve a cántaros (carámbanos!) en los pies.
Te escribo como si sonaras,
como si tu refugio fuera mi caja de resonancia,
un mundo paralelo donde los sucesos
fueran,
se fueran,
inservibles.
Todas las cuerdas te rozan
y tú apareces tan de repente
como un susto de cine.
Sesión golfa.
Cubierto de gotas, húmedo,
recién nacido en un invernadero,
te rodean tomates y acelgas,
y menguado pero maduro abre los ojos pulpa,
las verdes vainas que me piden
un susurro de alimento, sexo postrero y maternal,
inicio de vida y un mundo limpio
que es una esperanza maltrecha.
Podría darte titulares y te doy la esquela de tu muerte,
porque no existes.
He decidido no ir al barrio africano hoy.
He tomado otra dirección.
Antes de salir fotografío las chimeneas
sobre las que posan grajos belgas.
Me he apropiado de unos cuantos metros cuadrados
verticales;
el cristal con pomo que desde la cocina mira
a la comunidad de vecinos.
La balconada de mi habitación
desde Rue de Namur hasta la Avenida de Toison d’Or.
Los recuerdos avanzan a mayor velocidad que el tiempo.
Para mí es ya la víspera.
Por eso duermo treinta horas con las cortinas cerradas
antes del instante de decidir otro camino.
. Como es algo que querría haber escrito yo tal cual, reproduzco esta entrada de Mayte Sánchez Sempere en su blog (aquí). Lo suscribo al cien por cien y no tengo más que añadir.
Con los ojos abiertos y la boca cerrada.
Así he pasado la mayor parte del pasado año, fijándome bien en lo que sucedía a mi alrededor y dejándolo reposar. He visto ascensos y descensos, amigos y enemigos, amor y odio, cambios de rumbo y de vida, de local, de día de la semana... en fin, lo que viene siendo un año movidito en lo que a la poesía, o mejor, al sub-mundillo poético madrileño se refiere. El mantenerme un poquito al margen, pero sin pasarme, el ser una espectadora atenta, el escuchar mucho y hablar poco me ha dado una visión de conjunto que posiblemente pocos compartan, suele pasar. No por nada, sino porque cada uno tiene su propia visión. Bueno, pues de eso se trata ahora, de compartir esas diferentes visiones del panorama. Eso si, por favor, sin crucificar a nadie, que ya nos vamos conociendo...
Veo (y no en una bola de cristal) que mucho se mueve alrededor del interés. Que el amor a la poesía pasa por el YO antes que por ningún otro sitio, que triunfan los eventos en que uno puede obtener algún aplauso, que hay quienes no tienen público no por falta de méritos sino por falta de influencias. Veo que todos dicen que no les importa publicar pero hay tortas para ir allí donde se anuncia que habrá antología, que lo que ayer era un vergonzoso negocio hoy es cultura porque lo organizo yo. Veo que interesa más el cotilleo que el arte, el chismorreo que la cultura. Veo, con bastante tristeza, que los egos se disparan y sus legiones de admiradores les siguen, por si se les cae algo por el camino. Veo autobombos injustificados, orgullos hinchados, egos desproporcionados...
Veo todo eso y también veo magníficos poetas de una humildad envidiable, poetas currantes del verso y la vida, poetas siempre alerta, siempre despiertos. Pero estos últimos son los menos.
Creo que seguiré mirando un poquito desde fuera, nunca tuve vocación ovina y a estas alturas de mi vida me siento incapaz de fabricar la miel del hipócrita.
En vísperas del viento ________________soy las nubes,
las lágrimas perdidas,
el día que desprende
los pliegues de tu falda,
los matices vacíos ________________de mi voz.
Mi yugular desangra ________________tiempos muertos,
tus ásperas mentiras
desmedidas, completas, ________________palpitantes
en noches de ojos vivos.
Tan noches de deseos,
que es pura coincidencia ________________despertar,
comenzar el milenio,
la fecha del regreso
a la era enamorada.
La huella más profunda ________________del peligro.
Entonces la memoria
se convierte en amnesia,
descansa sobre el fango
definitiva y muerta
en la sintaxis misma.
Me quedan los reclamos ________________hechos con humo,
pretextos y segundos
de viejas melodías,
desdén, olvido y suerte
que me hacen confesar.
Traigo la reciedumbre ________________de este tiempo
colgada en la garganta,
remandando las muertes
que esconden tus esquinas.
El blog de Ilkhi Carranza(AQUÍ)llama la atención por su presentación exquisita, pero uno debe adentrarse en sus contenidos, que no tienen desperdicio. Hoy traigo aquí este poema porque, aparte de gustarme, me parece que viene muy a cuento.
"La moderna filosofía reformista que aniquila al individuo a fin de ayudar a la masa, y la reciente legislación reformista, que prohibe el placer a fin de aumentar la felicidad, parecen astillas de un viejo tronco, de esa ley feudal francesa que, para evitar que se molestara a las perdices, castigaba a quienes empleaban la azada o cortaban las malezas."
Mis hijos son ahora los reyes. Ellos son los padres. Hoy me trajeron el recuerdo de su infancia en forma de canción. Bueno la canción la hice yo, pero este es mi hijo en plena actuación a los 8 años. Un buen regalo de reyes. Y lo quiero compartir.
un sueño
Esto me parece un sueño, tan mayor y tan pequeño, tantas cosas que han pasado para llegar hasta aquí. Debo hacer una maleta de recuerdos, de ilusiones, de alegrías, con una fotografía de este día inolvidable para mí.
Ya los cuentos me parecen cosas simples, pequeñeces, ya me siento cual san Jorge enfrentándose al dragón. En mis sueños todos sois mis escuderos, yo quisiera reteneros, para todos tengo un hueco reservado en mi pequeño corazón.
Porque yo guardo el tesoro más preciado escondido entre los pliegues de mi piel: las palabras, las caricias y los besos de que siempre disfruté.
Hoy me siento tan contento que he de hacer un monumento a las ganas de vivir. Soy el niño más feliz del universo, tengo todo lo que quiero al teneros aquí.
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Siénteme bajo tierra,
escucha los latidos de esa tierra
por siempre prometida y nunca vista,
piensa en el esqueleto que fue incierto
tan evidente ahora. Quiéreme,
qué más da que esté muerto.