Quema esos dedos, Leilah,
que se abrasen los dedos en tu vientre agostado,
recoge el guante blanco que te entrega el invierno,
esa piedra lluviosa con que te han lapidado
desde que el mundo es mundo,
y arroja sus despojos siniestros a los hombres
que se aletargan mudos, sin rostro, frente al fuego
de las hogueras tuyas, sólo tuyas, y mías,
sólo mías también si quieres que me abrase
contigo. Te diría
unas simples palabras si no fuera
porque siento vergüenza al pronunciarlas:
ten piedad de nosotros.
Hoy me parecen, Leilah, los dedos del invierno
oscuras láminas, piedras del desierto
cuando azotan tus muslos todo el fuego,
toda la arena, toda la sed del mundo entre las moscas.
Nunca estuviste aquí, aunque a mi lado escuches
el latido de todos los apátridas y te apiñes conmigo.
REVISTA TURIA. Núm 152. Pág. 250 y sgtes.
Hace 2 días
2 comentarios:
que belleza combinada con tristeza, encontré aquí
MUY bonitas tus palabras.
feliz treintauno de diciembre.
victoria
Hola, Victoria, gracias por estas palabras.
Que sea bueno el 2010 que empìeza.
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