Eran tres los amigos
y aquella tarde no fueron al colegio.
Cogieron sus patines,
se fueron patinando a los chalets de afuera.
Por suerte para ellos no llovía
y pudieron sentirse enteramente libres.
De repente, un estruendo. Mira
hacia atrás el más ágil de todos:
un muro ha sepultado a su mejor amigo.
Fue la primera vez que me miró la muerte
cara a cara. Tenía doce años, ni una lágrima
se me vino a los ojos. La primera
que pisé un hospital, que vi ataúdes,
la primera que supe que los padres lloraban.
Yo no lloré. Negué,
simplemente negué que hubiera muerte.
Hoy todavía,
cuando ya me han pasado tantos muertos,
aún lo sigo negando, tanto siento
su aliento en mi costado cada día.
Aunque ahora sí que lloro.
Han sido muchas muertes, demasiadas,
y yo sigo viviendo. Mi agonía
es tener que fingir que estoy alegre,
qué menos puedo hacer por los que tanto fueron.
Es abril, entonces era invierno.
Me da igual, hoy sí llueve
y la luz de la tarde
es más parda que nunca. Suaves lluvias
me nublan la mirada.
REVISTA TURIA. Núm 152. Pág. 250 y sgtes.
Hace 17 horas
4 comentarios:
José Luis, qué decir...
hoy veo más a la persona y menos el poema; sin que esto le quite el más mínimo mérito a éste. Al revés. Porque es el poeta el que hace que la lluvia visite también la vista de los lectores.
Gran don el tuyo; aunque los dioses no acostumbran a regalar nada.
Emotivo, triste, tierno...
Un beso.
Rafa, Soco: he releido las cartas a un joven poeta. El resultado es esto: no soy ya joven, pero Rilke siempre tiene algo que decirme cuando escribo.
Rafael, hoy el sujeto poético se confunde con el escritor. Aciertas.
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