Hoy, treinta y dos de marzo, sopla el viento
y han vuelto las oscuras golondrinas
a desvelarme en plena duermevela.
Este viento del norte, tan cargado
de olores a mortaja que penetran
uñas adentro todas mis entrañas,
hace trizas el sueño. Tengo miedo.
Recorro mi pasillo y sus rincones
repletos de aledaños; luego intento
a trancas y barrancas escribir,
y me encuentro enfrascado en frases hueras
que pretenden hablar de lo inefable.
Absurda pretensión. Pero ya al filo
de las primeras luces me adormezco
soñando en ventoleras y tercetos.
Alguien me escribe:
exactamente aquello, lo intangible,
aquello que no supe, ahora lo leo.
Con eficaz sigilo alguien ha escrito,
alguien ha suplantado arteramente
mi personalidad y me ha dejado
traspuesto y con un palmo de narices.
Alguien me escribe cuando estoy dormido.
Un día de estos leeré mi esquela
y yo sin enterarme de que he muerto.
Igual que no hay abril. Qué cosas pasan.
Uno descubre al cabo de los años
que le resulta extraño abrazar a su viuda.
Mejor quedarse en hoy, en treinta y dos
de marzo, suspirando por las negras,
oscuras golondrinas de mañana.
Alguien me escribe…
Hoy, treinta y dos de marzo, por lo menos
no es treinta de febrero. Algo es algo.
Tito Muñoz dixit
REVISTA TURIA. Núm 152. Pág. 250 y sgtes.
Hace 11 horas
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