Esta mañana
me he levantado medio cojo
y un poco sordomudo.
No totalmente cojo ni tampoco
del todo sordomudo.
Sólo un poco, lo justo
para no andar a rastras, lo preciso
para no alzar la voz,
lo imprescindible para no escucharte.
Andaba renqueante. Al verme has puesto
el grito no en el cielo, en el pasillo,
como sueles hacerlo cuando no pasa nada.
Y vaya si pasaba. Ya lo creo.
–Buenos días, acércame el espejo,
te digo quejumbroso.
Sin mirarme siquiera
me tiras a la cara tu espejito.
–Toma –dices–, revienta.
Estalló aquel espejo en mil pedazos
que fueron a incrustarse en mis pupilas.
Ahora sí que estoy ciego,
ciego del todo, ciego,
no simplemente tuerto.
Y he empezado a reptar por las paredes.
REVISTA TURIA. Núm 152. Pág. 250 y sgtes.
Hace 10 horas
1 comentario:
Hay días así de raritos, en los que experimentamos las más extramas transformaciones aunque apenas se perciban, yo hoy siento algo parecido, nadie lo ve, pero lo siento...
Gracias, me acompañas.
Cariñitos.
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