Hoy leí en el periódico que un árbol centenario
ha sido derribado por el leve latido de tu aliento.
No sé quién lo plantó, el parque está cubierto
por esa nieve blanda de la tarde
y las huellas del hombre que transita cubierto con su gorro
de lana y su bufanda y sus gafas de sol
no se ven, sólo suenan sus crujidos de hielo.
No guardo en mi memoria, por mucho que comprima
imágenes y datos, el nombre de los árboles que mueren
ni el de quien los plantó. Pero llevo escafandra
por si acaso me pides que penetre en las aguas
del lago cristalino. Yo lo haría
por ti. Tú no lo harías, siempre te has sumergido
a pulmón limpio, sé que no vas a hacerlo por mucho que lo pida.
Hay ojos que son ojos y ojos que son miradas.
Tu mirada escudriña las vías de los trenes que se pierden
o
la desembocadura de los ríos en la densa neblina
o
el deforme revuelo del carnaval que llega
o
el armario que tienes que desmontar mañana
o
el desorden que campa por tu nuevo aposento
o
las flores que sabes que no van a brotar.
Pero
no son los ojos que miran a los míos,
tus ojos. Yo estoy ciego,
mis ojos sin tus ojos no son ojos,
y si alguna vez miran lo hacen hacia otra parte
para no atravesarte, para no estremecerte,
para no molestarte, para no ser de ti.
Haz leña con mi cuerpo. Te daré así calor
y entenderemos que ha valido la pena.
Con el leve latido de tu aliento derríbame,
sálvame del invierno.
Despertar a los muertos, de Scott Spencer
Hace 1 día
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