sábado, 7 de febrero de 2009

también las crisálidas buscan su ataúd

Finalmente sentados,
barro, arcilla,
nuestros cuerpos desnudos
esculturas grotescas,
móviles, mancilladas,
esculturas tal vez
sencillamente postmodernas,
polvo bajo la lluvia
en medio de un silencio
sucio, silencio amarillento
–cobarde es la palabra–,
lodo, sí, barrizal,
esclerótico
y un grito electrizado
invadiendo neuronas
una vez más en pleno
deterioro.


Más tarde aquella ráfaga
de plomo, aire sería,
nos adentró sumisos
en el mismo epicentro
de otras gentes perdidas.
Yo tuve miedo y tú
simplemente aferraste
mis manos temblorosas
y así, juntos y sucios,
vagamos cierto tiempo
buscando yo no sé,
acaso tú lo sabes,
buscando una quimera,
oro, oro,
buscadores de oro
en California éramos:
por eso enlodazados
y en el pecho colgando
una medalla,
en tus pechos diamante,
en mis huesos un trozo
de metal.
...Mas el agua,
llegó el agua una tarde.
Aquel abedul triste
fue atravesado al pronto
por el sol otoñal
y fue súbito el vuelo
de los agazapados
mirlos blancos.
(Qué anacrónico todo).


Oh, prodigio de fe,
Oh, nostalgia bendita!
Desnudos, desvalidos,
desvencijados cuerpos,
un torrente de hálitos
brotando en las galaxias,
milagrosa presencia
de horizontes.
Años luz recorrimos,
el barrizal de antaño
es hielo luminoso,
lacerante. Nacimos
en días venideros:
no son estos momentos
propicios al recuerdo.
Estatuas, sí,
pero después de todo
cinceladas en plata,
bellas en fin, llamadas
a ocupar su lugar
en el museo,
que suscitan sosiego,
que reclaman un alto
al visitante. El mármol
de los ojos, admirables,
se adueña de las salas.
Yo, sentado a tus pies
en escabel asiático...
Es una obra maestra
nuestro grupo escultórico
en la vitrina tenue.


...Somos ninfas, crisálidas,
gusanitos de seda,
espinas de un rosal
no florecido aún.
Pero yo estoy contigo.
Digo.
Me desdigo.
Contigo no,
estoy en ti, soy yo
tu propia espina.
Somos un puro embrión,
boceto apenas, tímida
pincelada de luz:
el cenit no es lo nuestro,
pero tampoco es cosa
de andar buscando a ciegas
la alborada. Lo dije:
ninfas somos, crisálidas
buscando un ataúd
–Oh dios, qué injusto eres–
porque quién va a negarme
que también las crisálidas
mueren a veces, mueren
sin alcanzar la luz.

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