Jeff Bernard alcanzó fama internacional en 1989, cuando Keith Waterhouse llevó su biografía al teatro con Peter O’Toole en el papel del excéntrico columnista en perenne resaca. La obra Jeff Bernard is Unwell ("Jeffrey Bernard está indispuesto", una referencia a la frecuente nota de redacción con la que The Spectator disimulaba el hecho de que no había una columna de Bernard porque éste estaba –otra vez– demasiado borracho como para entregarla antes del cierre de la edición) es un sórdido cóctel de reminiscencias del Soho y postales caóticas de una gran angustia existencial. Todas ellas con el trasfondo de un humor negro muy propio que hicieron de sus dos únicos libros, ambos sobre hípica (Talking Horses, 1987, y Tales from the Turf, 1991), una lectura obligatoria para los amantes de ese deporte y juego de azar, así como por los nostálgicos de una era de costumbres evidentemente perjudiciales pero sin duda más atractivas que muchas de las distracciones tecnológicas que ofrece el mundo de hoy.
A los pocos días de la muerte de Jeff, Santiago Segurola se explayó de lo lindo en la edición nacional de El País: “El Barça hizo caja en Mestalla con una eficacia superlativa y con un juego discretísimo. Sólo ofreció algunos apuntes al final del partido. Pero fue una aparición un poco ventajista, porque el Valencia se había autodestruido antes: en los tres goles que concedió graciosamente, en la expulsión de Carboni en el primer tiempo, en la esterilidad de sus numerosos remates”. El Valencia perdió cero a tres en su campo, y eso que estaba Zubi de portero. Para ser más exactos, la alineación completa del Valencia fue: Zubizarreta, Angloma, Cáceres, Javi Navarro, Carboni (Juanfran, m. 46), Farinós, Milla, Gerard, Del Solar, Saib y Marcelino. Pues bien, “todo lo que sucedió en el partido lo protagonizó el Valencia. Lo bueno, que fue bastante, y lo malo, que fue poco pero decisivo. Si el equipo fue generoso para jugar y tuvo recursos para tapar los agujeros de los ausentes, el Valencia fue víctima de su tendencia autodestructiva”, concluía Segurola.
Aquel mismo día, en la edición de Madrid de El País, y sólo en ésa, J. C. Gumucio firmaba una necrológica que nadie leyó, según el EGM (Estudio General de Medios). Así que ahora la transcribo, porque estoy seguro de que merece la pena que alguien la lea (no puedo estar tan seguro de que esto realmente vaya a suceder, vale). Dice:
“A los adictos a la columna Low Life, el espacio que el ultraconservador semanario londinense The Spectator dedicaba a lo que queda de la antigua bohemia del Soho, no les sorprendió para nada que la última entrega de su célebre corresponsal, Jeffrey Bernard, fuera en realidad una despedida. Esta vez en serio: “La semana pasada no asistí a mi sesión de diálisis y creo que no lo haré más”, escribió Bernard. Siete días más tarde, el sábado pasado, fuera del hospital, en su propia cama, Bernard, de 65 años, pidió un cigarrillo, una copa de vodka con soda y limón y, rodeado de unos cuantos amigos, se puso a morir. Tras una vida de alcohol, tabaco, mujeres, apuestas y juerga permanente que sorprendentemente produjo un espléndido cóctel de ingenio periodístico, Jeffrey Bernard expiró no sin antes bromear que “Dios se quedará sorprendido. Voy a llegar con bastante retraso”.
“Hace ya tiempo que Bernard, el último poeta del Soho, estaba con un pie en la tumba. De hecho, sus columnas comenzaron hace tiempo a ser descritas como un suicidio por entregas. Desde que le amputaron una pierna por complicaciones diabéticas hace cuatro años, su miembro o, mejor dicho, la falta de él, le dio una veta para trabajos humorísticos a primera vista, pero seriamente ubicados en un plano filosófico y cáustico muy particular. Gran parte de sus artículos fueron concebidos en las largas sesiones diarias de alcohol en el decrépito pub Coach and Horses, de la Greek Street, donde pasó buena parte de su vida discutiendo con artistas como Francis Bacon o John Minton, o en el no muy distante y mejor dotado bar del Groucho Club, donde se le trataba como a un rey”.
“Para Bernard, la medicina era una dictadura, la generación de escritores modernos una imparable fuente de tedio y la botella y media de vodka por día, amén de sesenta o más cigarrillos, el único bálsamo contra los charlatanes. La desastrosa vida privada de este hombre de clase media que incluso mucho después de perder su aspecto de galán de cine seguía conquistando damas (Jeff tuvo muchas esposas, incluyendo cuatro propias, solían apuntar sus amigos), fascinaba a los británicos: devoraban sus columnas porque explicaban la depresión y contenían recetas para sacar el máximo provecho a la ruina física”.
Debo reconocer que como nota necrológica no está mal. Pena de necrólogos -¿necrologistas?-, que hubieran podido lucirse por entonces tanto como Santiago Segurola en sus crónicas futbolísticas. Porque en aquel marzo de mil novecientos noventa y nueve murieron, uno trás otro, Stanley Kubrick, Guayasamín, Yehudi Menuhin, Bioy Casares, Goytisolo (José Agustín) y Juanita Reina. Casi nada. La cosecha de Rioja de ese mismo año mereció el calificativo de excelente.
"Lo que queda"
http://jlzuni.blogspot.com/
A los pocos días de la muerte de Jeff, Santiago Segurola se explayó de lo lindo en la edición nacional de El País: “El Barça hizo caja en Mestalla con una eficacia superlativa y con un juego discretísimo. Sólo ofreció algunos apuntes al final del partido. Pero fue una aparición un poco ventajista, porque el Valencia se había autodestruido antes: en los tres goles que concedió graciosamente, en la expulsión de Carboni en el primer tiempo, en la esterilidad de sus numerosos remates”. El Valencia perdió cero a tres en su campo, y eso que estaba Zubi de portero. Para ser más exactos, la alineación completa del Valencia fue: Zubizarreta, Angloma, Cáceres, Javi Navarro, Carboni (Juanfran, m. 46), Farinós, Milla, Gerard, Del Solar, Saib y Marcelino. Pues bien, “todo lo que sucedió en el partido lo protagonizó el Valencia. Lo bueno, que fue bastante, y lo malo, que fue poco pero decisivo. Si el equipo fue generoso para jugar y tuvo recursos para tapar los agujeros de los ausentes, el Valencia fue víctima de su tendencia autodestructiva”, concluía Segurola.
Aquel mismo día, en la edición de Madrid de El País, y sólo en ésa, J. C. Gumucio firmaba una necrológica que nadie leyó, según el EGM (Estudio General de Medios). Así que ahora la transcribo, porque estoy seguro de que merece la pena que alguien la lea (no puedo estar tan seguro de que esto realmente vaya a suceder, vale). Dice:
“A los adictos a la columna Low Life, el espacio que el ultraconservador semanario londinense The Spectator dedicaba a lo que queda de la antigua bohemia del Soho, no les sorprendió para nada que la última entrega de su célebre corresponsal, Jeffrey Bernard, fuera en realidad una despedida. Esta vez en serio: “La semana pasada no asistí a mi sesión de diálisis y creo que no lo haré más”, escribió Bernard. Siete días más tarde, el sábado pasado, fuera del hospital, en su propia cama, Bernard, de 65 años, pidió un cigarrillo, una copa de vodka con soda y limón y, rodeado de unos cuantos amigos, se puso a morir. Tras una vida de alcohol, tabaco, mujeres, apuestas y juerga permanente que sorprendentemente produjo un espléndido cóctel de ingenio periodístico, Jeffrey Bernard expiró no sin antes bromear que “Dios se quedará sorprendido. Voy a llegar con bastante retraso”.
“Hace ya tiempo que Bernard, el último poeta del Soho, estaba con un pie en la tumba. De hecho, sus columnas comenzaron hace tiempo a ser descritas como un suicidio por entregas. Desde que le amputaron una pierna por complicaciones diabéticas hace cuatro años, su miembro o, mejor dicho, la falta de él, le dio una veta para trabajos humorísticos a primera vista, pero seriamente ubicados en un plano filosófico y cáustico muy particular. Gran parte de sus artículos fueron concebidos en las largas sesiones diarias de alcohol en el decrépito pub Coach and Horses, de la Greek Street, donde pasó buena parte de su vida discutiendo con artistas como Francis Bacon o John Minton, o en el no muy distante y mejor dotado bar del Groucho Club, donde se le trataba como a un rey”.
“Para Bernard, la medicina era una dictadura, la generación de escritores modernos una imparable fuente de tedio y la botella y media de vodka por día, amén de sesenta o más cigarrillos, el único bálsamo contra los charlatanes. La desastrosa vida privada de este hombre de clase media que incluso mucho después de perder su aspecto de galán de cine seguía conquistando damas (Jeff tuvo muchas esposas, incluyendo cuatro propias, solían apuntar sus amigos), fascinaba a los británicos: devoraban sus columnas porque explicaban la depresión y contenían recetas para sacar el máximo provecho a la ruina física”.
Debo reconocer que como nota necrológica no está mal. Pena de necrólogos -¿necrologistas?-, que hubieran podido lucirse por entonces tanto como Santiago Segurola en sus crónicas futbolísticas. Porque en aquel marzo de mil novecientos noventa y nueve murieron, uno trás otro, Stanley Kubrick, Guayasamín, Yehudi Menuhin, Bioy Casares, Goytisolo (José Agustín) y Juanita Reina. Casi nada. La cosecha de Rioja de ese mismo año mereció el calificativo de excelente.
"Lo que queda"
http://jlzuni.blogspot.com/
4 comentarios:
Está bien esto de mezclar la crónica deportiva con la necrológica. Santiago Segurola me gusta; pero mi ídolo en esto es Carlos Arribas, creo que uno de los periodistas que mejor escribe en España.
Tengo que confesar que no sabía quién era Jeff Bernard. La forma en que cuentas su final y lo que le precedió me ha gustado. Si me permites, no me gusta la última frase. Creo que quedaría mejor si el punto final lo pones después de "excelente". La última frase es demasiado evidente para un texto en el que consigues crear la impresión de que no solamente estás hablando de más cosas de las que se encuentran explicitadas, sino de muchas más cosas de las que se puede imaginar el lector.
Abrazos.
Así es nuestro país, dejando a un lado si es (era) más o menos conocido Jeff Bernard a nivel de lectores por estos predios, indudablemente lo era entre colegas. Pero ya sabemos que lo del futbol vende e incluso hace que el fantasma de la crisis se difumine tras un partido (y ni te cuento durante el mismo)... estamos en una economía de mercado a todos los niveles. Para la mayoría de los consumidores es trágico que pierda el equipo de uno, ¿qué importa un escritor más o menos? Aunque demostrara su talento y su aguda ironía hasta en el momento de morirse. Un abrazo.
La épica que destilan estas cronicas merecería lugar destacado en nuetras letras, yo las leo aunque no me va el fútbol.
Tienes razón, Rafael, y ya eres la segunda persona que me lo apunta. Corregido queda (aunque ya el texto publicado en el libro será imposible de corregir, bueno en la próxima edición, jeje).
Un abrazo.
Jeff Bernard no era muy conocido en España, María,pero me apasionó su forma de ver la vida y la muerte, así que lo hice mío con este juego de crónicas.
Bs.
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