Poemas que destilan
olor a sol de invierno.
Versos que desparraman su perfume
de forma caprichosa.
Estrofas que de pronto
huelen a cementerio.
Tus dedos cogen, temblorosos,
el papel y la pluma
y no sabes si vas a estornudar
(si eres, como es el caso, alérgico al perfume)
o no, según tengan el día
los fonemas que buscas con ahínco.
¡Achissss…! Jesús. Son tan raros los versos
que a veces uno piensa
en dejarlos morir en el tintero
y tumbarse en el techo envuelto en sus retruécanos.
Pero nunca lo haces.
Qué duro es este oficio de escribir.
Despertar a los muertos, de Scott Spencer
Hace 2 días
2 comentarios:
Sigue, algo quedará de todo esto. Se nota que lo intentas día a día. Lo vas a conseguir.
Pues eso. Corroboro tu endecasílabo final. Ánimo con la rueda,
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