Camina distraído el caminante
bajo este sol de invierno.
Por momentos detiene su andadura,
se inclina y escudriña
un latido levísimo en las ramas
aún teñidas de escarcha en plena luz.
No encuentra nada.
Esta mañana
se despertó dispuesto a plantearse
ciertas cuestiones nimias
en modo alguno exentas de misterio:
¿Por qué muere una flor? ¿Por qué se acaba un día?
¿Por qué ahuyentamos moscas? ¿Por qué nadie
besa en el ascensor a los vecinos?
Por qué, por qué, por qué.
No sabe nada.
Pregunta a un estornino, que alza el vuelo
como si se asustara; le susurra
a una garza dormida, que resulta
ser un gazapo muerto; una tortuga
cierra el caparazón desconfiada.
Y no encuentra respuesta
en la naturaleza muerta de diciembre.
No entiende nada.
Aún no despunta el alba y ya es de noche.
Un enjambre de dudas cartesianas
abruma al caminante.
Cogito, ergo sum. Qué gran mentira.
Somos
lo que soñamos.
Despertar a los muertos, de Scott Spencer
Hace 2 días
1 comentario:
Es adictiva tu poesía. Un placer haber encontrado este tu blog.
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