El padre Riquelme, prefecto del quinto curso, se arremangaba la sotana para jugar al fútbol con sus pupilos. Era algo verdaderamente difícil de soportar: o vomitabas o tenías que aguantarte la risa hasta que sonara el silbato. Le cuento esto, señor mío, porque hace un rato pensaba en la eternidad y me preguntaba qué diablos haría Dios antes de crear el mundo, debía aburrirse mucho. Así salieron sus acólitos. Yo, cada vez que veo a uno de ellos no puedo remediarlo, hago la señal de la cruz, pero en su jeta. Me han encerrado varias veces y no en la cárcel, en el manicomio, no tengo ni idea de por qué. Yo quiero que me juzguen por lo que soy, un sensato, un educado asesino, muy bueno, sí, pero canónicamente criminal. Los demás son simplemente tontos, y eso sí que no. Así que tiene usted razón, una vez más.
Despertar a los muertos, de Scott Spencer
Hace 2 días
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