Son vivas las mareas que azotan estas costas.
A veces está a punto nuestra pequeña barca
de irse a pique, azotada por las olas furiosas
que finalmente acaban muriendo mansamente.
Son vivas las mareas. Las velas y aparejos
rechinan en la noche preñada de relente
y vemos, desde el bosque, cómo resiste apenas
el velero el envite sin tregua de las aguas.
Echemos aquí el ancla. Embarranca conmigo,
desguaza nuestro sueño a golpe de caricias.
Vente conmigo, asómate a los fondos abisales
una postrera vez y encalla entre mis brazos,
luego.
Descansemos,
descansemos ahora, precisamente ahora,
en el preciso instante en que se acaba el tiempo
de recalar en puertos más seguros;
cuando ya hemos vivido
tanto vaciamiento que apenas quedan fuerzas
asómate al abismo conmigo, junto a mí,
nuevamente conmigo, y descansemos.
Antes de vaciarnos definitivamente
en mi tú, en tu yo, en tu cuerpo mi cuerpo
como el tuyo en el mío;
después de sortear tanta corriente
traicionera, tanto oleaje,
tantos
cánticos de sirena que quisieron
llevarnos hacia lo más oscuro,
hay que lanzar el ancla por la borda.
(No me pienses.
No me pienses cobarde.
No me pienses cobarde por quererte).
Sí, vida mía, echemos aquí el ancla
y con ella los fardos y equipajes,
todo el lastre que sobra,
tan inútil.
Aquí se acaba el viaje,
anclemos el adiós junto a la orilla
en plena pleamar, la marejada
nos dejará varados en la arena
y así despertaremos en nuestro camarote:
plenos
de luz y de aventuras como bravos guerreros
tras la incruenta batalla. No me pienses.
No me pienses cobarde.
"Lo que queda"
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