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Las luces no se apagan nunca,
a pesar de la niebla, a pesar de la aurora,
las luces siempre están alerta,
frente al muro impasibles, como tú,
no se apaga la luz de tu recuerdo
—en la estación palomas mensajeras
destilan lágrimas—, la luz de tu recuerdo
sorbiendo, sin saciarme; bebería
de ti, de ti, de todos tus olores
y de aquellos alientos que tanto atesoraba.
Hoy debo estar sereno para pensar en ti,
la ciudad está lejos, alumbrándose
de todas las farolas de imposible reflejo,
una sonata para violín y piano, levantarme,
ya llega la mañana y acaricio una sombra,
será el humo, acallar el suspiro
que no debe escuchar el primer transeúnte,
sólo tú, debo pensar en ti,
y ya la luna opaca se retira vencida,
resbala en la ventana el penúltimo acorde,
pero las luces, míralas, qué dices,
las luces no se apagan nunca.
La ciudad de los vivos, de Nicola Lagioia
Hace 18 horas