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Fluye el río de aguas mansas
en pos del cercano ocaso,
sin tumbas que lo amortigüen
ni cipreses en el páramo.
El aire, que ya no es aire,
arrastra densos presagios
que inquietan al caminante.
¡Ay, qué aliento en el costado!
¡Ay, en el centro qué llagas!
Los muertos, los olvidados,
los perros de mala baba,
los sanguinarios, los bárbaros,
forman de a tres. Frente a frente,
la muralla va cercándolo
con sus llagas en el centro
y su aliento descentrado.
Los puños se despellejan.
Cae la noche. Sigue andando
bajo un cielo sin estrellas.
El camino se ha estrellado.
¿Qué oscuridades te aguardan,
caminante? No hay camino.
Ni mares. Ni cementerios.
Ni olivares.
Sólo atino
a pisar cantos rodados,
no piedras de bravo filo
que pudieran desangrarme
tanta sangre que me ha herido,
no rastrojos inclementes,
no aguijones de cuchillos
acerados, no alacranes
venenosos. Sólo piso
caminos de caminantes
que no van a ningún sitio.
Sólo un rumor me acompaña
donde debiera haber gritos
de rabia, de tanta furia,
de tanto dolor cansino.
¡Dónde, dónde el cementerio
que acoja mis restos tibios!
Perdido está el caminante
sin remedio, está perdido.
Gato con mujer
Hace 2 días