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Es fácil recordar cuando miraba
por aquellos cristales algo sucios
cómo el sol se ponía entre las nubes
turbias, amenazantes de la tarde.
Es fácil recordar cuando esperaba
el abrazo sutil de una tardanza
que nunca supo compartir bastante;
recordar cuántas veces intentaba
reventar su silencio entre las blancas
paredes que aguardaban el milagro
de unos brazos tendidos, junto al cristo
que era su pecho blanco y desvalido.
El desamor fijó sus tenebrosas
garras donde el hogar solía, en primavera,
ser más alegre y tierno: junto al lecho.
Él se acordaba de los buenos ratos
y entonces se escapaba hacia las nubes.
Sus amigos ya nunca aparecimos,
fueron sus hijos haciéndose mayores,
es fácil recordar, fue sólo un soplo
de muerte el que nubló la casa primitiva.
Qué malestar, amigos, él cenizas
y nosotros echándolas al viento
porque así lo imploraba con sus ojos
cuando estaba ya muerto, aunque vivía.